Una gran mentira es
como un gran pez en tierra; podrá agitarse y dar violentos coletazos, pero no
llegará nunca a hacernos daño, no tenemos más que conservar la calma y acabará
por morirse.
En los últimos tiempos, las mentiras han
invadido por completo nuestra vida pública y, por qué no, la privada también. Mentimos
por conveniencia, por ejemplo cuando nos agregamos o quitamos edad para tener
acceso a determinados lugares; también mentimos por cortesía, como cuando
alguien se realiza un corte de pelo y nos pide una opinión y para que no se
sienta mal le decimos que le queda bien; llegamos a mentir por vergüenza o miedo
a no ser aceptados en ciertos ámbitos, y hasta sólo por diversión, porque quién
no se divirtió haciéndole creer alguna mentira a un amigo y mientras éste caía
inocentemente nosotros estallábamos de risa. Es así, mentimos porque en el
fondo nos gusta, y lo hacemos rutinariamente sin problemas ni culpas porque la
mentira está socialmente aceptada. Hasta en los medios públicos y masivos: sabemos
que escuchamos mentiras en los discursos políticos y leemos mentiras en los
diarios y revistas. Lo más grave es que terminamos por mentirnos a nosotros
mismos. La pregunta es: ¿cuánto tiempo puede sostenerse una farsa?
La mentira, como todo, tiene fecha de
caducidad. Así es, la mentira tiene “patas cortas” y no llega muy lejos, ya que
para poder sostenerla uno tiene que poseer muy buena memoria y alterar los
hechos porque, como bien sabemos, los hechos hablan por sí solos y terminan por
aniquilar las mentiritas que formulamos con toda intención. Y eso sí se
convierte en un verdadero caos, no hay nada más incómodo y embarazoso para el
mentiroso que la verdad develada. Aquí toma sentido lo que desde chiquitos ante
una travesura tramposa nos decían nuestros padres y abuelos: “el que miente
nunca llega a buen puerto”. Y esto es cierto porque, una vez descubierta su
mentira, al embustero sólo le queda seguir falseando la verdad para defenderse,
cuando en realidad una vez “desenmascarado” ya es demasiado tarde para salvar
su reputación, la cual queda manchada por ser un mentiroso.
Por último y haciendo referencia al proverbio
del epígrafe, tengamos en cuenta que mentir puede sacarnos de un apuro,
ayudarnos a conseguir algo que deseamos, dejar contenta a otra persona y hasta
convertirnos en quienes no somos y nos gustaría ser, pero tampoco nos olvidemos
que “más rápido se atrapa al mentiroso que al cojo” y que la mentira no dura
por siempre ni aunque juremos llevárnosla a la tumba; porque todo, en algún
momento, sale a la luz y el barquito de carga de mentiras termina por hundirse,
hundiéndonos a nosotros mismos.
buenisimo
ResponderEliminarLa gente ya no es tonta uno escucha, mira lo sabe espera a ver hast cuando llegara sus mentiras i es mas esa clase de persons desarrolla esto una pena muy grande mentir i seguir con esto....
ResponderEliminar