15 jun 2012

HISTORIA DE UN INMIGRANTE

Esto lo escribí hace un par de años a partir de una consigna para la escuela. Creo y siento que hoy es una buena oportunidad para volver a compartirlo, ya que es un claro homenaje a mi nonno que ayer decidió ir a reencontrarse con aquellos amores que algún día tuvo que despedir.
Esta hisotria me la contaste vos y te emocionó leerla cuando la plasmé en un papel, por eso la vuelvo a compartir para que todos te conozcan y sepan lo grandioso que eras...


Ella lo vio partir y sintió como si la guerra aún no hubiese terminado y le quitase su propia vida. Cuando lo despidió, supo que por mucho tiempo sólo una foto enmarcada en el lugar más importante de la casa iba a recordarle a su hijo.
Él tomó la decisión y esperó la resignación de su madre, sabiendo que marchándose no sólo la dejaba a ella, sino también a una querida hermana ahora resentida con aquella “bendita” Argentina que le quitaba a su hermano.
Esa Italia querida ya no la sentía parte de él. Sabía que nunca olvidaría todo lo que vivió allí, ni mucho menos las veces que se arriesgaba en pleno bombardeo yendo a los campos en busca de alimentos. Pero eso ya no le pertenecía.
Él anhelaba con llegar a la “gran metrópolis” e independizarse, sabía que iba a ser difícil, pero su ambición era más fuerte que sus temores.
Esos interminables días en el barco sólo aumentaban su ansiedad e ilusión de encontrar en “el cono de la abundancia” trabajo, prosperidad y bienestar. No tuvo miedo cuando desembarcó en Cruz del Eje, pero sí una disimulada angustia que despertó al darse cuenta que se encontraba solo en un lugar desconocido.
Ella desde lejos lo presentía, pero su cara húmeda de nostalgia le recordaba, al mirar el retrato, que no le era indiferente a los deseos de su hijo, y sabía que por su carácter iba a lograr salir adelante.
No tardó mucho tiempo en arreglárselas para trabajar de lo que él hacía en su Patria, había logrado estabilizarse y reencontrarse con sus paisanos. Pero él quería más, ansiaba con llegar a más.
Siempre tuvo esas ideas de “grandeza”, la vida de pueblo nunca había sido para él, y ella lo sabía, por eso lo dejó alejarse.
Adaptarse a la ciudad no le fue fácil, allí experimentó sus primeras desilusiones ante la ausencia de un lugar para vivir. Pensaba en ella y en lo que sufriría viéndolo dormir en una casilla de madera arriba de una terraza, él que había emigrado voluntariamente buscando un futuro mejor.
Ella recibía sus cartas y las atesoraba. En ellas podía leer su melancolía.
Él le dibujaba la Argentina como un lugar distinto, lleno de posibilidades.
Lo cierto es que solo, tuvo que hacer frente a los primeros golpes que se le presentaron. Pero su suerte cambió cuando encontró un lugar estable en donde trabajar de su oficio de carpintero. Quién iba a imaginar que ese lugar sería el primer enlace de su futuro.
Ella se tranquilizó al recibir noticias de él, su letra le trasmitía seguridad y esperanza.
Cómo iba a imaginar que la hija de su querido patrón, aquella muchacha fuerte y determinante, iba a ser de quien se enamore.
Ella confió y su espera no fue en vano. Luego de dieciséis años volvió a ver a su hijo, ahora un hombre realizado, padre y esposo. Ya no le lloraría a un retrato. Le siguieron visitas de él con cada uno de sus siete hijos, con quienes revivía, al despedirlos, el dolor de aquel día en que su hijo zarpó.